90 minutos de humillación
Por: Gonzalo Silva Infante
(Fuente: AFP/Getty Images)
“Es un regreso a la realidad del fútbol serbio”. Palabras de Marko Nikolic, director técnico del Partizán de Belgrado, luego de vencer por 1-0, en condición de visita, al Rad Belgrado en un importante partido por la fecha 22 de la liga serbia de fútbol. No son declaraciones sobre el encuentro, sino sobre una problemática enraizada en el fútbol de dicho país: el racismo y la xenofobia.
Se trata de un nuevo caso de racismo en el fútbol europeo, en Serbia, un país bastante joven pero con varios antecedentes de actos discriminatorios en estadios de fútbol. La víctima esta vez fue el afrobrasileño de 28 años Everton Luiz, quien no pudo contener su rabia y frustración, y terminó derramando lágrimas de impotencia y dolor por los insultos que recibió en el desarrollo del juego.
“No pude contener las lágrimas porque recibí insultos racistas desde la grada los 90 minutos”, explicó. Pero hubo un detalle que llamó más su atención y aumentó su pena por lo sucedido: “Me quedé impactado por la actitud de los jugadores rivales, que en lugar de calmar la situación apoyaban ese comportamiento”.
En el video que muestra los hechos, se observa que es al final del partido cuando Everton Luiz se acerca a la tribuna donde estaban los hinchas que lo insultaron haciendo sonidos de mono (así como pasa en el Perú) cada vez que tenía el balón para reprochar su actitud, mostrándoles el dedo medio y señalando el escudo de su camiseta. La reacción que alude Luiz es la de algunos futbolistas rivales, que van a encararlo por su reclamo. Incluso el árbitro le muestra la tarjeta amarilla. Al final, la policía tuvo que intervenir para que la situación no llegara a mayores, pero el daño ya estaba hecho. Las lágrimas del futbolista brasileño son la triste evidencia.
Las reacciones
El club Partizán lamentó lo sucedido mediante un pronunciamiento su web: “Partizán se siente en la obligación de disculparse ante todos los que se puedan haber sentido insultados y dolidos por los cánticos racistas durante el partido. Apoyamos sin fisuras a uno de nuestros mejores jugadores, Everton, que se ha ganado el corazón de los fans desde el año pasado. Condenamos enérgicamente a los autores de este acto insensato”.
Sin embargo, a reacción desde el frente no fue la mejor. La vicepresidenta del Rad Belgrado, Jelena Polic, puso un mensaje en su Facebook (que borró al poco tiempo) en el que justificaba los insultos de la hinchada de su equipo: “Al parecer, tenemos que respetar a los demás más que a nosotros mismos para estar orgullosos, cuando el Partizán tiene siete jugadores extranjeros. Y luego salen las lágrimas falsas, la falsa historia de ‘amo a Serbia y la veo como mi casa’. ¿Por qué no vuelves a Brasil y le muestras tus oscuros dedos?”.
Como medida sancionatoria y, a su vez, preventiva, el director de la liga, Vladimir Bulatovic, ha cerrado el estadio del Rad Belgrado “hasta que los órganos disciplinarios hayan tomado una decisión en relación al comportamiento indecente de los fans del club y los insultos racistas hacia un jugador”. De momento, se sabe que se ha elevado una queja formal ante el comité disciplinario del fútbol serbio hacia el equipo local y los aficionados involucrados en estos condenables actos.
Lo sucedido en Serbia no es una situación ajena a nuestro fútbol. El perfil de la víctima es la misma: un afrodescendiente; la forma también: la animalización; esto es, la degradación al compararlo con un primate, no solo diciéndoselo, sino haciendo ese perverso sonido que llega con odio y desprecio.
Debemos entender, por tanto, que este tipo de insultos -que se siguen dando en nuestro fútbol como el reciente caso de Julio Landauri- no solo “distrae” al futbolista, sino que es, sobre todo, una humillación a la que nadie, bajo ninguna circunstancia, debe estar expuesto, mucho menos quienes están en un estadio para cumplir su trabajo y sacar adelante a sus familias. Los insultos por el origen o por las características físicas deben ser intolerables y lo sucedido con Everton Luiz nos debe ayudar a comprender cuánto puede afectar a la dignidad de las personas.