Nació en Apurímac, pero a los tres meses sus padres vinieron a Lima y se instalaron en una zona que empezaba a recibir a sus primeros vecinos. Eso fue hace 54 años, la misma edad que tiene Comas. Jorge Rodríguez es actor de formación, pero su verdadera pasión es su barrio, su comunidad. Hace 16 años creó la Fiesta de Teatro y Calles Abiertas (FITECA), que reúne a artistas y compañías teatrales del Perú y de otros países. Hablamos con él sobre el proceso transformador y de reflexión que ofrece el teatro.
¿Qué es Comas para ti?
Mi primera patria, mi barrio, que es donde naces, creces, tienes un sentimiento hacia las cosas que te han rodeado y es donde has aprendido a relacionarte con la comunidad. Eso es imborrable.
¿Cómo surge tu interés por el teatro?
Toda la infancia acá, mal que bien, con los problemas de inseguridad y de violencia. Los mayores hacían pelear a sus hermanos menores para que se vayan preparando para la vida, para la ley del más fuerte. Pero surge la experiencia de la gente de las iglesias (en ese tiempo la Teología de la liberación), los universitarios con el nivel de conocimiento. En esa relación conocí a otros amigos que estaban preocupados por revalorarse y revalorar al otro, totalmente opuesto a la calle donde estabas tú, egoístamente, por encima de todo lo demás. El otro lado era una comunidad solidaria y preocupada por los demás. Eso hizo que a los 14, 15 años, de alguna manera, tomara conciencia y quisiera ayudar a los más necesitados. Para ello pensamos en la parte económica, a pesar de que nosotros estábamos en una situación difícil. Entonces para conseguir fondos apareció la idea de hacer una obra de teatro. Todo el mundo lo apoyó. Era la primera vez que actuaba. Me encantó que valoren lo que estaba haciendo, me gustó. Después no paré.
¿Esa fue tu primera experiencia con el teatro?
Sí. Había lo visto por televisión, pero me aburría. No entré porque me gustara. Encontré un espacio donde puedo ser reconocido, valorado y también una especie de terapia y catarsis. Con el tiempo esta afición fue creciendo, tanto que opto por estudiar en el Teatro de la Universidad Católica. Me gustó, terminé la carrera, pero no era lo que me gustaba hacer. Necesitaba algo diferente, que disfrutara. Entonces me metí a hacer un experimento con un maestro, ex 4 tablas (Ricardo Santa Cruz), sobre la energía del actor. Mientras tanto seguía trabajando en las comunidades, en los barrios, sindicatos, universidades y colegios, donde seguía actuando paralelo a lo que estaba aprendiendo. Y enseñaba también. Compartía mi experiencia con los niños del barrio. Fueron 5 años de experimento que me cambió el chip del teatro. De ahí hice otros experimentos con maestros de danza, teatros orientales, teatro occidental… de distintos países. De todos ellos aprendí muchísimo durante 10 años. Después vuelvo a mi barrio para armar mi grupo. Desde 1990 decido dedicarme a tiempo completo al teatro y buscaba experimentar.
El lugar fue un asentamiento humano y nos fuimos a vivir allá. Buscábamos hacer un teatro de calidad y que este nos dé la solvencia económica para sostenernos, pero fue muy difícil. Sobrevivíamos, la gente desconocía lo que hacíamos, no funcionaba, así que apliqué las otras cosas que había aprendido, sobredimensioné los personajes porque la calle necesita de otro tipo de seducción (imagen y sonido grandes), así que inventé estos personajes cabezones, que con el tiempo se convirtieron en muñecones, y hacíamos sonidos grandes. Fue tan bien que el año 92 nos invitan a México, pero no llegamos a ir porque nos movíamos en bus y estábamos en Colombia, regresamos a Ecuador, donde nos quedamos 4 meses y recorrimos el país; la propuesta de los muñecones pegó mucho y en el 93 regresamos a Lima, la Feria del Hogar nos contrata, Nubeluz nos contrata… ¡Éramos famosos! Pero nunca perdíamos el trabajo y el experimento que teníamos en el asentamiento humano, siempre íbamos ahí.
Entonces, los vecinos nos sugieren armar las estructuras de los cuerpos de los personajes con alambres; nos dan los materiales, transformamos lo que la gente botaba en esta propuesta artística, y funcionó, tanto así que en el 94 nos invitan a Alemania al teatro de muñecos. Yo subestimaba mucho a los chicos del barrio, que en ese tiempo tenía 15, 16 años, pero ellos me habían ayudado a hacer todo el experimento. Como íbamos a Europa estaba preocupado por contratar a profesionales del teatro de sala. Entonces una amiga me dice “con ellos has logrado esto, con ellos actúas y eso que has logrado están valorizándolo allá”, así que con ellos nos fuimos, con los primeros chicos de nuestro barrio. Desde ahí hemos nos hemos dedicado al teatro a tiempo completo. Sobrevivimos económicamente, pero humanamente vivimos bien. La FITECA es maravillosa, nos da mucha dicha, muchos valores. Hemos generado un mercado y sostenibilidad con nuestros propios recursos.
En estos 26 años que vienes formando y trabajando a la gente del barrio imagino que vienen con muchos temas para abordar. ¿Cuáles son los más recurrentes? Siempre van a ser temas sociales, como el poder, la violencia porque se trata de la premisa de cómo estamos organizados socialmente en el mundo. Si te das cuenta todo en la historia del mundo es la historia de los robos. Esto genera violencia. Tenemos que encontrar un camino nuevo de cómo relacionarnos mejor. ¿Cómo será ese camino nuevo? No lo sé, tenemos que inventarlo. Cada pensamiento tiene su propuesta; no sé si será con el teatro. Esa es la utopía que nos mueve.
Dentro de estas formas fe violencia la discriminación es una; las personas que viven en Comas si no son migrantes de primera generación son hijos o nietos de los que vinieron antes. ¿Cómo has visto la evolución de la identidad de estos chicos en una ciudad como Lima?
Nos sentimos discriminados, pero basta de llorar. En el 90 opté por dejar de llorar y empezar a crear mis propios espacios, aunque sea una burbuja. Hemos creado nuestra manera de sostenernos, de ampliarlo a la comunidad y que con esta se generen nuevas relaciones de valoración entre nosotros. Lógicamente esto es contrario a lo que la TV propone, que es muy violenta; los modelos que presentan son muy violentos, racistas, homofóbicos… Estamos ante un aparato tan violento que nosotros tenemos que crear nuestros propias relaciones de no violencia, de integración, de valoración del otro, de sumar a los demás por lo que son y por lo que pueden ser en su diversidad. ¡Qué bellas son las chicas de mi barrio! ¡Lindos los muchachos! Se ven simpáticos cuando se autovaloran y qué ridículos se ven cuando quieren parecerse a los de la televisión; es terrible. Muchas chicas sufren porque quieren ser rubias y no son rubias. ¡Basta de sufrir! Para qué sufrir si puedo crear nuestros propios modelos de valoración entre nosotros con los modelos FITECA, de Barrios Culturales. De a poquito quizá hagamos un nuevo país.
¿Cómo se crea FITECA?
Como grupo de teatro éramos una burbuja y teníamos la oportunidad de viajar. Lo mejor lo entregábamos a la gente de afuera y no lo compartíamos con el barrio. Los niños nos imitaban, se ponían sancos, hacían su propio pasacalle. Eso nos partió el corazón. Decidimos compartir la experiencia, sino no tenía sentido. Si nos aplauden en México, Brasil, Colombia, por qué no en nuestro barrio. Entonces decidimos armar un festival. En el extremo de que nadie quiera participar salvo nosotros pensamos que teníamos 4 obras, a una obra por día, son 4 días de festival. Sin embargo, amigos de por acá se sumaron, se enteraron Yuyachkani, la Tarumba y querían venir, y así varios grupos de Lima. No sabíamos que éramos reconocidos, y como nos habíamos presentado en el extranjero se enteraron y dijeron que también querían participar, mexicanos, chilenos, costarricenses. Se armó una cosa de 5 días, del 1 al 5 de mayo de 2002, se inauguró el FITECA.
¿Cómo ha ido evolucionando? Empieza para gente del barrio, pero con el cartel empieza a venir más gente, no necesariamente de Comas…
Sí, pero ese era un espacio de nosotros, de los artistas con la comunidad, y todos los amigos que quieran venir a la fiesta. Nadie cobra un centavo, esa es la regla. Es un rito con la vida, una ofrenda, un momento puro. No cobran no porque no necesiten. Eso nos motiva, nos dinamiza. En el proceso de creación hay muchos procesos de reflexión… Temas de racismo y discriminación hay un montón. Esas indignaciones tienen que ver con los temas de la obra. ¿Cómo puede existir el racismo? Es algo tan arcaico. ¿Porque tienes la piel más clarita eres mejor? No tiene sentido.
¿Cuánto les ayudará a los niños sentir el orgullo de quiénes son, del valor de su origen?
Creo que mucho. Va ser un referente fuerte. Ahora mismo hay un cambio total. Hay gente que intencionalmente están queriendo valerse, de manera cobarde, del racismo para ponerse encima del otro. La mayoría está empezando a tener conciencia sobre la importancia del valor interno de la persona. Estos niños ya lo tienen en sus cabezas. Además tienen la experiencia con nosotros. Hablamos mucho de nuestros colores. Reflexionamos con ellos y así como me quedó a mí es posible que les quede a ellos. Poco a poco vamos a ir cambiando las cosas. El racismo es un prejuicio atrasado, un recurso del cobarde que no tiene valoraciones internas. Y es que nadie nace siendo racista… En mi barrio es fuerte el racismo. Hay grupos de vecinos inconscientes que traen a los cómicos ambulantes que reafirman el racismo; está la TV. Esto quiere decir que hay un sector que se aprovecha de la ignorancia de la gente y vive del racismo. Es su manera de decir “yo soy feo, pero tú más”. La FITECA, de alguna manera, debe contraponer esto. En mi grupo siempre ha habido negros y cholos. Siempre hemos hablado de esos temas y nunca hemos tenido esos problemas. Nos hemos quitado el prejuicio del racismo.
Si salimos de esa burbuja que es tu grupo de teatro, ¿ves esperanza afuera? ¿Sientes que hay un avance hacia ese objetivo de una cultura de paz?
Claro, sino no me entusiasmaría. Yo estoy entusiasmado, por eso se hace esta FITECA como se ha hecho. Me entusiasma y que ya venga el 2017. Sí hay avances. No sé si fuera. A veces voy a otros espacios sociales y hay ese racismo marcado; en mi propio barrio todavía hay ese racismo marcado; en el fútbol peor. El fútbol en sí es una cosa hermosa, pero se han metido estas mafias que con tal de ganar apelan a todo, incluido el racismo. Alguien tiene que ponerle el pare. Eso se tiene y se puede controlar.