La lingüista y docente del Departamento de Humanidades de la PUCP, Virginia Zavala, escribió un artículo en el que explicaba cómo ha ido evolucionando el racismo en la sociedad y cómo, a partir del uso del lenguaje y de otros aspectos culturales, se mantiene vigente para seguir sometiendo a grupos de personas. A propósito de ello, conversamos con ella para profundizar en sus apreciaciones.
¿Por qué considera que todavía en el Perú se siga discutiendo si existe racismo?
Últimamente se discute mucho si todavía hay o no racismo en el Perú -y muchos incluso ponen en duda su existencia- básicamente porque el racismo más clásico basado en el fenotipo se ha ido desgastando poco a poco. Esto no quiere decir, sin embargo, que el racismo ya no exista, sino que ha adquirido nuevas formas y prácticas para seguir sobreviviendo. El racismo va camuflándose a partir de otros criterios; se va reinventando y precisamente lo hace porque hay formas de racismo que ya pierden su función, están muy trilladas, se desgastan y no sirven para seguir construyendo jerarquización y seguir excluyendo a un sector de la población.
Cuando esto ocurre, el racismo se reinventa a partir de otros criterios, que pueden vincularse con las prácticas culturales, la instrucción educativa, el lugar de procedencia o la maneras de usar el lenguaje. Aunque esto también es parte de una polémica, podemos señalar que en muchos casos estos nuevos criterios siguen entrelazados con el fenotipo como rasgo que sirve para clasificar a las personas. Entonces: solo si se reinventa, el racismo puede seguir perviviendo y funcionando para reproducir la dominación. En un texto que publicó en Facebook y que recogió la página de investigación periodística ‘Ojo Público’ señala el argumento de Aldo Mariátegui, a propósito de una intervención de Kina Malpartida (se refirió a la zampoña como un instrumento “que tocan los serranitos”), de que “serrano” no puede ser calificado como insulto porque el diccionario define esta palabra como “que es de la sierra”; sin embargo, no toma en cuenta la intencionalidad o el contexto en el que se dice para poder ofender a alguien o a un grupo de personas.
¿Cuán importante es considerar estos factores al momento de elaborar categorías y que las personas, sobre todo los comunicadores, tengan en claro para no validar o reproducir estos errados conceptos?
Lo que Aldo Mariátegui dijo constituye una estrategia para negar, o en todo caso mitigar, la centralidad del racismo en el Perú. Para él, lo de Kina fue totalmente inofensivo y sin mala intención. No quiero entrar en el tema de las intenciones, pues es difícil saber qué tiene la gente en la cabeza y qué intenta hacer con el lenguaje cuando lo usan. Lo que pasó con Kina Malpartida fue muy debatido, pues algunos argumentaron que no tuvo mala intención y que no se dio cuenta de lo que dijo, mientras que otros pensaron que sí lo hizo de modo consciente. Pero si centramos la discusión solo en este punto entonces nos entrampamos. Lo que sí quiero decir es que el lenguaje siempre es dialógico e implica una interacción con otros, y que cuando interactuamos con otros, debemos mirar cómo el interlocutor recibe lo que se enuncia y cómo esto le afecta.
El significado también está en la dimensión del consumo del lenguaje. Muchas personas se sintieron afectadas por lo que dijo Kina. ¿Y esto por qué ocurrió? No porque son ignorantes, exageradas o hipersensibles a lo políticamente incorrecto, como podría argumentar Aldo Mariátegui. La frase “Lo que tocan los serranitos” no puede verse aisladamente, sino que se enmarca en muchísimas frases parecidas que han sido enunciadas a lo largo de la historia del Perú en escenarios que jerarquizan y excluyen.
En ese sentido, el lenguaje no está en el diccionario, pues los términos y las maneras de hablar se cargan de una serie de ideologías y valoraciones a partir de cómo se usan a lo largo de la historia. No podemos asumir el lenguaje de forma descontextualizada e ingenuamente decir que las palabras adquieren significados al margen de los usuarios, de las prácticas sociales en las que se utilizan, de los propósitos implicados en estos usos y de las relaciones de poder que se ejercen en el marco de las diferentes actividades. Y por eso mismo, el significado de las palabras puede cambiar cuando las usamos en el marco de nuevas prácticas sociales.
La única forma en que la palabra “serrano” deje de ser racista (en ciertos contextos, porque claramente no siempre lo es) es a partir de nuevas formas de usarla. Eso va a cargar a la palabra de nuevas valoraciones y, de forma acumulativa, esta empezaría a adquirir nuevos significados con el tiempo. Pero esto no se logra de la noche a la mañana y ni siquiera solo con buenas intenciones.
En un país con una gran diversidad lingüística como el Perú, ¿solicitarle a alguien que no tiene el castellano como lengua materna que “hable bien” el castellano es una forma de discriminar?
A ver, el problema está en que la división entre “hablar bien” y “hablar mal” constituye una construcción que también se racializa. Y los únicos afectados no son los hablantes de lengua originaria que no tienen el castellano como lengua materna, sino también aquellas que no dominan la variedad estándar o la forma “ideal” de hablar castellano que, debido a claras relaciones de poder, siempre se vincula con el habla de las élites dominantes. ¿Qué significa que las formas de usar el lenguaje se racializan? Significa que se asocian de forma “natural” con una serie de características de las personas. Así por ejemplo, producir una erre asibilada, pronunciar las vocales con influencia del sistema fonológico del quechua o decir “haiga” automáticamente se asocia en el imaginario de todos con alguien inferior.
Alguien que quizás no es muy inteligente, proviene de la sierra, es de clase baja, no tiene instrucción educativa, entre otros muchos aspectos que también van cambiando con el tiempo. Esto es justo lo que pasó con el candidato presidencial César Acuña en la campaña. En una entrevista emitió la palabra “haiga” varias veces y en las redes sociales las personas dijeron que por haber dicho eso no se podía esperar nada de él. No solo lo desacreditaron como candidato, sino que argumentaron que el “haiga” explicaba que fuera plagero (y por ende, inmoral). Yo no estoy defendiendo a Acuña como candidato, sino simplemente estoy diciendo que el “haiga” que produjo no tiene absolutamente nada que ver con las características que se le adjudicaron. Lo mismo se puede decir de los hablantes de lengua originaria que han aprendido el castellano como segunda lengua. Si ellos producen formas del lenguaje que no corresponden con “hablar bien” se les cataloga como indios y, por ende, como inferiores. Para responder tu pregunta, diría que intentar que muchas personas aprendan el castellano estándar (en la escuela, por ejemplo) no es precisamente discriminar.
Discriminar es excluir a alguien de una serie de derechos porque se asocia sus formas de usar el lenguaje con características que no tienen nada que ver con eso. Es precisamente la práctica ideológica (y su interés por reproducir la dominación) la que une lo lingüístico (“haiga”, “en ahí”, “de mi mamá su casa”) con lo social (“plagero”, “incapaz”, “indio”), y de esa manera produce la racialización. Esto significa que se construye a un “otro” desde un criterio aparentemente no racial (lingüístico en este caso) pero manteniendo una retórica racial subyacente y muchas veces incluso en vinculación con el rasgo fenotípico. Así como se racializa la geografía (mientras vivas a más altura, más indio eres) también se racializa el lenguaje (mientras más formas del castellano andino uses, más indio eres).
Al 2016 se ve al racismo como un problema. Más allá de que no se pueda entender en su real dimensión, el hecho de que se tenga la intuición de que el racismo está mal, ¿puede ser el inicio de un cambio?
Por supuesto que sí. Comparo la situación actual del Perú con 40 años atrás: nadie sancionaba prácticas racistas y casi no se hablaba del tema. El solo hecho de hablarlo y de discutirlo es fundamental. En la televisión, en la prensa escrita, en las redes sociales se discute mucho. En la última década ha habido diversos incidentes que han provocado mucho debate en torno al racismo en el Perú. Ahora la gente no se queda callada, sino que reacciona, opina y sanciona. Si comenzamos a visibilizar el racismo a partir de debates y discusiones, esto contribuirá a transformar las representaciones dominantes que están instaladas en el imaginario de las personas y que a su vez lo reproducen. Pero no debemos entramparnos con definiciones clásicas de racismo.
Debemos destapar las nuevas identidades racializadas que se construyen en el Perú y que precisamente sirven para seguir discriminando a partir de criterios más culturales. En ese sentido, debemos estar más vigilantes. ¿Qué hay de los términos como “amixer”, “terruco”, “hipster”, “caviar”, “facho”, “ppkausa”, “macho peruano que se respeta”, “princeso” y otros más? ¿Estarían en un proceso de racialización? Creo, sin embargo, que la racialización a partir del lenguaje es la menos cuestionada de todas, la más invisible y la que ejerce más autoridad porque despliega un aura de ciencia, verdad y objetividad. Hasta los más ilustrados académicos podemos argumentar a veces que las formas de hablar (y de escribir) reflejan una serie de características de las personas de forma natural.
En la racialización del lenguaje hay una buena batalla por pelear. Aunque se ha generado mucha consciencia en torno a las lenguas originarias del Perú y a los derechos que tienen las personas de hablarlas en diversos espacios, no ha sucedido lo mismo con las formas de hablar el castellano. Así por ejemplo, está sancionado que en la municipalidad no se le dé un buen trato a alguien por hablar quechua. No obstante, no ocurre lo mismo si la persona habla un castellano racializado que se asume como “incorrecto” y “defectuoso”. Estamos ante la misma lógica del racismo pero en una coyuntura que promueve lo políticamente correcto.
En lugar de decirle a alguien que es inferior porque tiene piel oscura, o porque es sucio y descuidado, se le dice que es inferior por cómo habla el castellano. Como lo primero ya está muy desacreditado, entonces el racismo se reinventa a partir de otros elementos; y es precisamente el lenguaje el criterio a partir del cual el racismo se sigue imponiendo con amplia legitimidad.
¿Quiénes son los llamados a generar este cambio, a tratar y visibilizar el tema?
Creo que el cambio debe hacerse desde múltiples frentes. Las políticas culturales del nuevo gobierno deberían contemplar el tema del racismo y la discriminación, como ocurre en muchos otros países; después de todo, intervenir en cultura implica contribuir a cambiar las representaciones dominantes para que de ese modo esto pueda influir en nuevas prácticas y nuevos vínculos sociales. De hecho, el Ministerio de Cultura ha hecho y está haciendo muchas cosas importantes. También es fundamental que esto se trabaje en el sector educativo.
En varias ocasiones he presenciado casos en los que los profesores no hacen nada cuando los compañeros se ríen de un estudiante que está exponiendo y al que se le sale el ‘motoseo’, que significa pronunciar las vocales de modo diferente a un castellano estándar a raíz de la influencia del quechua. Si el profesor no hace nada, eso significa que se convierte en cómplice del racismo. Creo que si estos temas se trabajan desde los inicios de la escolaridad, tendríamos otro tipo de ciudadanos peruanos.
Sin embargo, no sé si estos temas están contemplados en este nuevo currículo que será implementado en el 2017 y que enfatiza, entre otros aspectos, el inglés, las nuevas tecnologías, el emprendedurismo y la comprensión lectora para salir bien en las pruebas estandarizadas. Reitero, sin embargo, que no nos educamos solo en la escuela y que el racismo y la discriminación deben ser abordados en diversos espacios de la esfera pública, que incluye la prensa, la televisión, las redes sociales, los espacios de recreación para niños y jóvenes, etc.